jueves, 10 de octubre de 2013

La tierra de los paisajes imposibles (I): el lago de las moscas

Las calderas del Pedro Botero islandés/Cristina Palomar

¿Qué necesidad hay de viajar al espacio y arriesgarse a encontrar marcianos antipáticos teniendo Islandia a un tiro de piedra y siendo los islandeses tan guapos? ¿Quieres lava? Pues toma kilómetros de lava. ¿Quieres pozos humeantes llenos de líquidos tóxicos y apestosos capaces de disolverte en un segundo? Los que quieras y más. ¿Quieres aguas mortales de colores impensables? Podrás bañarte donde te de la gana (y suicidarte admirando un bello paisaje).

Islandia es la tierra de los paisajes imposibles y en un mismo día puedes pasear por un hermoso lago, recorrer un paisaje lunar, fotografiarte en Venus o Marte y acabar el recorrido en el mismo Infierno.

A pesar de las expectativas del día, la salida de Akureyi fue un poco triste porque nos acompañó una espesa niebla durante buena parte de la ruta hasta el lago Myvatn que no nos dejó admirar los fiordos. Como íbamos en autocar y éramos pocos, aproveché para hacer una peculiar siesta en los asientos del fondo del todo mientras escuchaba el cd recopilatorio de Björk que me había comprado la tarde anterior.

Si no te mareas fácilmente, instalarse al final es la mejor manera de poder dormir a tus anchas, completamente estirada, durante la paliza de kilómetros. Lo descubrí en Jordania unos cuantos años antes y desde entonces siempre marco mi territorio al final del autocar esparciendo por todos los asientos un montón de trastos. Al que se acerca le gruño.

El bello lago de las moscas/Cristina Palomar
Todas las guías marcan el lago Myvatn como un lugar imprescindible para visitar por la belleza de su paisaje y porque no se desvía mucho de la ruta general que recorre la isla a través de la Ring Road. No engañan cuando lo recomiendan porque parece un extraño paisaje mezcla de cuento de hadas y de Planeta de los Simios. No hace falta ir bebido para presentir que un grupo de elfos te observa escondido detrás de una roca esperando a que te desvíes de la ruta marcada para gastarte una broma pesada. Tampoco debería sorprenderte lo más mínimo que te cruzases con un unicornio.

Lo que no explican las guías es que los islandeses llaman popularmente a este lugar el lago de las moscas porque las hay a miles. Mi amiga Helena me prestó un curioso sombrero-mosquitera antes de salir de Reykjavik. "No te olvides ponértelo en Myvatn y devolvérmelo después porque están muy solicitados", me dijo ante mi cara de pasmo por lo feo que era. Y tenía razón.

A medida que nos adentramos en el bosque que rodea el lago empezamos a oír un extraño ruido que iba in crescendo: era el zumbido producido por las alas de las miles de moscas moviéndose a la vez y que en un plis plas nos rodearon y provocaron la estampida del grupo. Todos salieron corriendo menos yo que, con mi extraño parapeto en la cabeza, seguí caminando admirando el paisaje más digna que cualquiera de las bellas diosas islandesas.

Islandia: las razones de mi viaje a la isla misteriosa.


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