viernes, 27 de septiembre de 2013

Mi viaje al centro de la tierra

El tímido Snaefellsjokull al fondo/Cristina Palomar

Una vez recuperada del agotamiento del viaje y del estrés que te causa ver tanta belleza rubia, tu cerebro no puede dejar de preguntarse por qué en Islandia no hay árboles, ni pájaros (a excepción de las aves acuáticas), ni hormigas, ni serpientes...o por qué los islandeses acuden los fines de semana a los invernaderos de las afueras de Reykjavik como si fueran a ver una atracción turística y contemplan extasiados los tomates y las lechugas. 

La respuesta que me había dado el guía sobre la relación de la falta de árboles con la construcción de los barcos vikingos no me acababa de convencer y mientras recorríamos la bahía en dirección a uno de los volcanes más famosos de la literatura universal llegué a la conclusión que Islandia es la tapa de un inmenso caldero lleno de lava, agua hirviendo y gases sulfurosos letales para cualquier tipo de vida que intente esconderse bajo tierra.

Una joya de la literatura
Esta olla a presión que es Islandia, y que se asienta justo encima de las fallas europea y americana que cada año se separan un poco más y amenazan con partir la isla por la mitad, tiene muchas válvulas. Una de ellas, o quizás mejor decir una de las puertas al infierno es, precisamente, Snaefellsjokull. ¿Y qué demonios significa esto? Pues es ni más ni menos que el volcán por el que la expedición creada por Jules Verne entra para llegar al centro de la tierra en su viaje imposible.

El nombre con el que los chiflados fans de Verne conocemos el volcán islandés de Viaje al centro de la tierra es Snaefells a secas.  Sin embargo, a los islandeses, como a los alemanes, les encanta añadir una palabra detrás de otra hasta dejarlas impronunciables para los latinos, así que si queréis hablar con propiedad el islandés tendréis que pronunciar Snaefellsjokull (para referirse al volcán -jokull-) o mejor todavía, Snaefellnessjokull (para referirse a la península  -ness- del volcán -jokull- Snaefells). ¿Fácil, no?

Snaefellsjokull está en el otro extremo de la bahía y desde Reikjavik se divisa perfectamente su enorme mole. El camino hasta su cima por la Ring
Road -la carretera principal que rodea toda la isla- es muy tranquilo y bonito porque discurre entre prados verdes donde pastan caballos y ovejas, altas montañas, saltos de agua impresionantes, bucólicas granjas y el bravo océano Atlántico de un azul intenso.

Una vez superado el dilema de las hormigas y las serpientes, aproveché que todavía quedaban unos cuantos kilómetros para llegar al destino para reflexionar sobre el peculiar olor a huevos podridos del agua del baño. En el hotel de Reykjavik no me había percatado de nada raro (supongo que por mi estado catatónico producto de la falta de sueño y del golpe en la cabeza), pero en el siguiente hotel el olor era francamente repugnante.

A pesar de la peste, me duché y bebí sin pensar en las consecuencias funestas que podía tener para mis intestinos. Para mi sorpresa, no sólo conseguí una piel más suave y un pelo más brillante, sino que además se acabaron los problemas de estreñimiento que siempre sufro cuando viajo. Eso sí, un consejo. No os duchéis con joyas y menos aún si son de plata porque el agua las oscurece sin remedio.

Antes de saltar al otro extremo del Snaefells por una interminable carretera llena de curvas hasta llegar al bonito pueblo pesquero de Sykkishólum donde nos esperaba un delicioso menú de sopa de coliflor, bacalao con verduras y tiramisú, paramos a los pies del mítico volcán puerta de entrada al centro del planeta para hacer unas fotos y disfrutar del momento Jules Verne, uno de los más emocionantes de mi aventura islandesa.

Islandia: las razones de mi viaje a la isla misteriosa.


lunes, 23 de septiembre de 2013

Un trozo de helada felicidad


La cascada dorada de Gullfoss/Cristina Palomaar

Después de los atentados de Nueva York y Madrid, decidí dejar de lado los viajes a países inestables y optar por destinos más tranquilos. El primer candidato de la lista era la feliz Islandia, así que hice la maleta y allí que me fui a pasar un mes.

El destino bromista que siempre me acompaña hizo que dos días antes de mi llegada un fuerte terremoto destrozase carreteras y casas -incluida la de mi amiga Helena- en el sur de la isla. Con este panorama, llegué un 6 de julio ignorando que sería una de las aventuras más flipantes de mis andanzas por el mundo.

Llegué al aeropuerto de Klefavik a las 3 de la madrugada (hora islandesa). Desde el aeropuerto hasta Reykiavik hay un buen trozo, así que aproveché para dormir porque al día siguiente el toque de diana era a las 7. En el hotel me tragué un trozo de salmón en estado catatónico y me acosté después de ponerme un incómodo antifaz y golpearme la cabeza con el techo abuhardillado de mi habitación.

Me desperté tres horas después con un enorme chichón en la frente y un buen dolor de cabeza. En un estado lamentable bajé a desayunar y allí descubrí uno de los encantos gastronómicos islandeses que ningún mediterráneo tendría que probar nunca: el aceite de hígado de bacalao. Lo confundí con aceite de oliva y unté las tostadas con un buen chorro ignorando la cara de asombro de una de las camareras. Fue metérmelo en la boca y quererme morir.

El géiser en plena acción/Cristina Palomar
El programa del primer día de un turista en Islandia es el típico: visitar los geisers y acercarse a la impresionante cascada de Gullfoss. Estas dos maravillas de la naturaleza quedan relativamente cerca de la capital islandesa y son visita obligada porque te avisan de las cosas increíbles que esconde la isla vikinga.

Observar un géiser -palabra que la lengua islandesa ha regalado al mundo- de cerca es aterrador sólo de pensar a qué temperatura escupe el agua. Igual de aterradora me resultó la cascada dorada de Gullfoss a pesar de que Helena no hacía más que glosar su belleza. Tienes que caminar un trecho antes de verla pero le precede el ruido del agua y la densa nube de vapor que te deja bien mojada.

Islandia es un país de elfos que se divierten a costa de las desgracias de los humanos. A pesar de mi escepticismo inicial, de camino hacia Reykholt comprobé cómo estos seres mágicos -en los que cree el 85% de los islandeses- pueden llegar a putear a los turistas que les molestan.

Después de más de tres horas atravesando un extraño paisaje lunar, nuestro autocar se salió del estrecho camino de cabras que allí llamaban carretera. Una de las ruedas estaba completamente destrozada como si alguien la hubiese acuchillado y tuvimos que esperar tres horas más a que un nuevo autocar nos viniese a rescatar. Me senté sobre una piedra en posición de loto y me quedé inmóvil para no estorbar a los malvados duendecillos.


miércoles, 18 de septiembre de 2013

El doctor Mateo ni está ni se le espera

Llastres desde la terraza de la taberna de Tom/Cristina Palomar
Si Cudillero es bonito, Llastres no tiene nada que envidiarle tanto en lo bueno como en lo malo. Este pueblo, situado en la costa oriental de Asturias entre Gijón y Ribadesella, también mira al Cantábrico subido en las faldas del acantilado y en lugar de playas tiene puerto. Sus casas trepan por la falda de la montaña y sus callejuelas sinuosas en pendiente son un verdadero reto para el caminante.

En agosto está a rebosar de turistas y la razón fundamental de tanto trasiego es la publicidad conseguida gracias a una exitosa serie de televisión de Antena 3 protagonizada por un peculiar médico de pueblo: el Doctor Mateo.

Llegamos a Llastres a la hora de comer y nos costó horrores encontrar una mesa libre. Mucha gente y poca oferta gastronómica. Al final, después de dar un montón de vueltas y rechazar un menú degustación de 30 euros, acabamos almorzando en un sencillo bar del pueblo una fabada de puchero y un decente salpicón de marisco. El café fue a cargo del propietario, que aquel dia celebraba que le habían hecho abuelo.

Encontrar aparcamiento también fue una odisea y, tanto si aparcas en la parte alta como si lo haces en la parte baja, la paliza de caminar arriba y abajo está asegurada.

Por si te desorientas/Cristina Palomar
En la oficina de turismo pedimos un mapa de Llastres y nos sorprendieron dándonos uno con los escenarios de la serie de televisión: la casa del doctor, la de la maestra, la peluquería, la taberna, la comisaria...

En casa seguíamos cada domingo las peripecias del doctor, así que nos dedicamos a recorrer Llastres buscando los escenarios, muchos de los cuales eran pura ficción como la terraza con unas vistas al mar muy bonitas que tenía Tom el tabernero.

Gracias a Doctor Mateo conocí un poco más del peculiar carácter asturiano y supe que si me dicen pixín no es porque mi cara se parezca a un rape, sino que es una apelativo cariñoso. Soy fan de su protagonista, Gonzalo de Castro, y todavía me pregunto por qué dejaron de hacer la serie.


lunes, 16 de septiembre de 2013

El curadillo con fabes de Cudillero

Los restaurantes inundan Cudillero7Cristina Palomar
Cudillero es visita obligada porque todas la guías dicen que es el pueblo más bonito de la costa asturiana. Las casitas de Cudillero trepan desde un  anfiteatro por las ladera de las montañas que lo rodean y en los últimos años el turismo ha triplicado su superficie, ha plagado de restaurantes la parte baja del pueblo y ha convertido el puerto en una peligrosa zona de baños entre barcas, grasa y gaviotas. 

Lamentablemente, la sobreexplotación turística está destruyendo el pueblo e intentar visitarlo en agosto es una locura. Acceder hasta el mismo centro es una misión casi imposible porque la empinada y estrecha carretera que lo recorre casi siempre está colapsada de coches y encontrar una mesa libre para comer requiere de mucha paciencia. Nosotros la conseguimos a las cuatro de la tarde.

Lo mejor es aparcar en la zona del puerto siempre que encuentres sitio y caminar por la carretera porque la visión de Cudillero desde el mar es sorprendente a pesar de la constante marea humana.

Lo más aconsejable para pasar unos días en la zona es alojarse en los pueblos de alrededor. Nosotros lo hicimos en El Pito, en una hermosa hacienda llamada La Casona de la Paca. El hotel es muy bonito y sus desayunos son memorables.

Desde El Pito se puede ir caminando hasta Cudillero. La ruta te lleva hasta el pueblo por la parte más elevada y desde allí puedes recorrer el anfiteatro de punta a punta o admirar las hermosas vistas con el mar de fondo desde los miradores. No aconsejo perderse por entre las casas porque sus empinadas calles no son aptas para cardíacos.

El curadillo parece un murciélago/Cristina Palomaar
Cudillero no siempre ha sido un pueblo rico. Las casuchas de pescador excavadas en la roca -hasta hace unos pocos años sin luz ni agua corriente- recuerdan su pasado terriblemente pobre.

También lo recuerda su gastronomía y concretamente el curadillo, un pescado que se dejaba secar durante meses en las ventanas de las casas y que se comía guisado en invierno cuando salir al mar era imposible. El plato típico de Cudillero era hasta hace unos años el curadillo con fabes. Ahora es casi imposible encontrarlo en los menús y cuando lo pides te responden que eso es comida de pobres.

 Mejor una langosta.

jueves, 12 de septiembre de 2013

La sorprendente Avilés de Niemeyer

El Centro Cultural de Oscar Niemeyer en Avilés
Pasar las vacaciones en Asturias y encadenar unos cuantos días de lluvia y mal tiempo es un riesgo que hay que correr siempre que se viaja al norte aunque sea en agosto.

Después de días sin ver el sol y agotar todas las excursiones a la zona, preguntamos a la propietaria de nuestro bello hotel La casona de la Paca (en Pito, al lado de Cudillero) por el camino a Gijón y nos sorprendió su respuesta. "De Gijón, lo único bonito es su playa. Si no te interesan las tiendas, mejor ves a Avilés", insistió ante mi incredulidad.

Para mí, Avilés siempre ha sido sinónimo de ciudad provinciana, gris e industrial, no de ciudad digna de ser visitada. ¡Y que gran error el mío! 

Avilés es industrial, por supuesto. En el margen derecho de la ría se alza el parque empresarial del Principado de Asturias, conocido popularmente como Pepa. Sin embargo, debido a la fuerte inmigración sufrida durante el siglo XX de otras zonas del norte de España, Avilés también es una ciudad cosmopolita, con mucho dinero y con una intensa vida cultural.

Justo enfrente de la Pepa y al otro lado de la ría, la pequeña ciudad se muestra muy hermosa y limpia, y las calles adoquinadas y porticadas del centro histórico son sorprendentes.

Nosotros aparcamos el coche en la avenida del doctor Severo Ochoa para no tener que pagar zona azul y desde allí atravesamos la plaza del Carbayedo, llena de sidrerías, hasta la calle Galiana, también llena de sidrerías para variar y de bellísimas casas palaciegas.


La calle Galiana con sus porches/Cristina Palomar
Lo más recomendable es dejarse llevar y perderse por sus calles peatonales con un buen mapa de la ciudad. Puedes acabar en la gran plaza de España -donde una carabela preside el ayuntamiento- y escoger entre girar a la izquierda y bajar hasta el barrio pescador y el bonito mercado de Abastos por la comercial calle La Cámara o tirar hacia la derecha.

Si escoges esta última opción, lo más recomendable es dirigirse hacia el puente de San Sebastián. Justo enfrente y para sorpresa del visitante se yergue el Centro Cultural Internacional Avilés, obra del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, fallecido el año pasado a los 104 años.


El edificio -del típico hormigón armado, formas redondeadas y  blanco impoluto marca del artista- contrasta con el fondo industrial y con las famosas cinco chimeneas que presiden el polígono siderúrgico de Avilés creando un sugerente paisaje postnuclear.

El Centro Cultural, inaugurado en el 2011, es el proyecto más ambicioso del arquitecto brasileño en Europa y por si solo bien vale una visita. A la vuelta, nos refrescamos en la fuente de Caños de Rivero y nos sentamos en silencio y todavía impresionados en un banco del bonito parque de Ferrara.


domingo, 8 de septiembre de 2013

Woody Allen estuvo aquí

La Regenta y la catedral de Oviedo/Cristina Palomar

Llegar a Oviedo desde León en coche impresiona y no sólo porque una fantástica autovía te ahorra tener que atravesar la imponente cordillera cantábrica y el temido puerto de Pajares. Impresiona porque la infraestructura es una gran obra de ingeniería y porque de golpe dejas los llanos infernales de Castilla y León para introducirte en un mundo mágico lleno de niebla, agua, humedad, verde y todos los demás colores del arco iris pintados en las casas asturianas.

La ruta te lleva directo hasta la capital de Asturias después de atravesar unos cuantos pueblos escondidos entre pronunciados valles y dejar a un lado Mieres, importante centro minero y siderúrgico.

Oviedo es más que la capital situada en el centro geográfico del Principado y paso obligado del Camino de Santiago. Es, sobre todo, otro ejemplo de lo que el trasnochado nacionalismo mesetario puede hacer con una ciudad que fue capital del reino astur y que se fundó en el 761 para defender el cristianismo de la invasión árabe.

Algunas de sus calles todavía llevan nombres que glorifican la dictadura franquista como la céntrica Avenida de la División Azul o la calle del teniente coronel Tejeiro.
Por suerte, el franquismo provinciano y cateto no ha acabado del todo con su explendor y el Oviedo de La Regenta resurge como una ciudad "cultural, monumental, cosmopolita, limpia y peatonal", según las guías. 

Yo añadiría también un poco cara y llena de norteamericanos gracias a Woody Allen.


Típica calle del Oviedo histórico/Cristina Palomar
La mayoría de las visitas se pueden hacer a pie porque se concentran en el casco viejo presidido por la Catedral, un montón de iglesias, casas señoriales, esculturas y calles y plazas empedradas. Lo más lógico es llegar al centro histórico por la calle de la sidra (calle Gascona) llena a rebosar de sidrerias, de terrazas y de turistas.

Yo me guié por el sonido de las gaitas asturianas pero antes de irrumpir en la plaza y ver decenas de gaiteros y gaiteras tocando Asturias patria querida es visita obligada parar en la panaderia que hace esquina entre las calles El Águila y Jovellanos para comerse una buena ración de empanada de cabrales o atún y unas roscas dulces a un precio asequible para un bolsillo en crisis.

Las iglesias nunca han sido objeto de mi devoción, así que me dediqué a pasear por la ciudad vieja y a fotografiar el bonito mercado del Fontán. Si hay tiempo, el paseo por el Campo de San Francisco y la comerial calle Uría es una delicia.

En verano, Oviedo se llena de turistas y todos los bares, restaurantes, hoteles y comercios de la ciudad aprovechan para hacer el agosto disparando los precios. Por eso, una alternativa es hospedarse en alguna de las casonas asturianas repartidas por las laderas. Yo estuve tres noches en Casa Camila, una acogedora casa situada en Fitoria de Arriba y propiedad de Antonieta con unas hermosas vistas del valle. La lástima es que nos hizo el típico clima ovetense: lluvia, humedad y frío todos los días. 


La hermosa Santa Maria del Naranco/Cristina Palomar
También son visita obligada las iglesias pre-románicas, una virguería del arte a caballo del tosco arte visigótico y del románico. A pesar de la lluvia visité las iglesias de San Julián de los Prados (casi a las afueras de Oviedo y cerrada a cal y canto) y de San Miguel de Lillo, y el archiconocido palacio de Santa María del Naranco que aparece en la olvidable película Vicky, Cristina, Barcelona.

Éstas dos últimas construcciones que pude ver con algo de sol no están en la ciudad, sino en una ladera, así que no hay más remedio que ir en coche o taxi. Para visitarlas hay que pagar 3 euros al guía, que en un suspiro te hace un resumen de todo porque la cola de visitantes que esperan turno no tiene fin.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

El arte de escanciar la sidra

La sidra, siempre en botella verde/Cristina Palomar
¡No dejes de probar la sidra! insistieron mis amigos asturianos recordándome que es una de las muchas aportaciones que esta tierra ha hecho a la gastronomía mundial, ya que no sólo se bebe sino que también se cocina con ella. Así que nada más llegar a Oviedo me fui a cenar un surtido de quesos de la tierra con sidra, un extraño bebedizo resultante de la fermentación alcohólica del mosto de las manzanas autóctonas (principalmente Raxao y Xuanina) que se bebe frío y que no a todos entusiasma por igual.

Para beber sidra, nada mejor que una sidreria, te dicen. La pena es que actualmente cualquier bar asturiano, por cutre que sea, se autodefine como tal, así que uno tiene que ir con cuidado donde se mete.

Lo que más sorprende nada más entrar en una sidreria es el extraño olor, seguramente producto de la cantidad de litros de zumo de manzana fermentado que han acabado empapando el suelo con los años por mucho que se pase el mocho. Y no es que la gente tire la sidra al suelo como hacen los griegos con los platos.

Lo que pasa es que la sidra se sirve escanciada y ni el más habilidoso camarero puede evitar que alguna gota se escape a pesar de que la mayoría la vuelcan sobre un cubo.

Fiesta de la sidra de Gijón
Para los que no sepan que significa escanciar (entre ellos yo antes de ir a Asturias), esta extraña palabreja define el proceso por el cual la sidra no se vierte directamente en el vaso, sino que se sirve haciendo caer un hilo de líquido de la botella hasta el vaso desde más de un metro de altura.

La sidra, al golpear el vaso, se rompe (espicha) y se llena de aire, el aire se mezcla con el carbónico de la sidra y se convierte en una bebida con gas. Este curioso sistema de servir la sidra obliga al estresado camarero a estar pendiente de cada mesa, aunque si se olvida de ti siempre puedes probar a escanciarla tú mismo y arriesgarte a acabar bien rociado. También puedes utilizar un peculiar tapón de plástico verde de escanciador.

Según marca la tradición, la sidra se sirve siempre en mano, se toma en un vaso ancho y la cantidad vertida no debe superar nunca los tres dedos (culín). Es de buena educación dejar un poquito para luego echarlo por donde has bebido ya que de esta forma se limpia el vaso compartido para el siguiente bebedor, pero este bonito acto social de camaradería se está perdiendo porque todos nos hemos vuelto muy egoístas y ahora se sirve un vaso por persona.

Acabarse una botella de sidra es difícil a no ser que la compartas o que seas asturiano. Sin embargo, todas las sidrerias te cobran la botella entera y casi ninguna te la deja llevar a casa aunque la hayas pagado.

domingo, 1 de septiembre de 2013

En Asturias se habla (poco) bable

Bable en las escuelas

Pocas guías turísticas recuerdan al visitante que Asturias tiene un idioma propio (aunque lo hablan muy pocos). La idea de que en España se habla sólo el español y que todos vamos por la calle vestidos con traje de flamenco y dando palmas al grito de ole, ole, ole provoca situaciones tan surrealistas como el cuadro que mi profesora de inglés pintó sobre el Camino de Santiago con abanicos, peinetas y castañuelas, y que tantos aplausos cosechó entre los ignorantes londonitas. 

En Asturias se habla el bable o asturianu, una lengua asturleonesa con un fuerte carácter rural que también comparten leoneses, zamoranos y portugueses de Miranda do Douro (allí la llaman mirandés) y que proviene de la mezcla del latín de los romanos colonizadores con la lengua de los colonizados astures.

El bable tiene una gramática, una ortografía y un diccionario propios, así como una Academia de la Lingua Asturiana aunque, lamentablemente, no está reconocido como lengua oficial y su uso es muy limitado. Tampoco me consta que se publique prensa en asturiano a pesar de tener una gran tradición periodística.

El asturianu normativo que se enseña actualmente en las escuelas se inspira en el dialecto central situado en las zonas industrial y minera del Principado. Por eso no es extraño que esté plagado de castellanismos, ya que las continuas oleadas de emigración de otras zonas de España hacia las cuencas mineras asturianas del siglo XX han provocado grandes estragos. La pérdida de las oclusivas sonoras, la e paragógica de origen medieval (también usada en italiano y gallego) y la deformación de cultismos son algunos ejemplos.

Señalización en castellano y bable
Sin embargo, y a pesar de la amenaza que suponen el español y el gallego para la supervivencia del bable, todavía es posible escucharlo en los pueblos y entre la gente más mayor. Muchas de las ciudades y pueblos de Asturias se escriben ya en los dos idiomas y uno de los quesos asturianos más famosos hace honor a la lengua de su tierra al llamarse Afuega'l pitu, que traducido al castellano puede significar el extraño ahogar el pollo o mejor aún ahogar la garganta porque se queda pegado al paladar y sólo se despega con un buen trago de sidra espichada.