lunes, 29 de julio de 2013

En Japón el raro eres tú (VIII): Suicidas, proscritos y carrozas

El paso hacia Fujiyama cerrado por nieve/Cristina Palomar

Cuando uno piensa en montañas japonesas, piensa en el Fujiyama. Su hermoso cono casi perfecto de yergue solitario en el corazón de la isla del centro, la más grande del Japón, y los días en que la contaminación lo permite la montaña santa puede divisarse desde bien lejos. 

Al Fujiyama le acompaña una leyenda inquietante: la que habla de un bosque tan tupido situado a sus pies en dónde los que quieren desaparecer de este mundo sin hacer ruido se sumergen conscientes de que hacen un viaje sin retornoNo creo en fantasmas, así que lo más probable es que el suicida muera por hipotermia.

El día que lo visité había nevado tanto que no nos dejaron pasar del aparcamiento y compensé mi decepción fotografiándome con un grupo de chinos que venían dispuestos a escalar la montaña con zapatillas de tela y chaquetillas de lana fina.

Tìpica casa de los Alpes nipones/Cristina Palomar
El monte Fuji y el paisaje de alrededor es magnífico como también los son los Alpes japoneses, una cadena montañosa con alturas que rozan los 3.000 metros y que no tienen nada que envidiar a sus colegas europeos. Aunque sorprenda al viajero, el invierno en Japón es muy frío y Tokio es una nevera comparado con Reykjavik por culpa de los vientos helados que llegan directamente de Siberia.

Con el frío en los huesos, el viaje por una buena carretera entre Kanazawa y Matsumoto -el pueblo más alto del Japón- me llevó directamente a atravesar la cordillera y, si tienes suerte y el día acompaña, la visita a Gokoyama es obligatoria.

El pueblecito, situado al otro lado de un caudaloso río, es como entrar en una máquina del tiempo y aparecer en pleno medievo japonés. Escondido entre las montañas en un gran valle, fue descubierto apenas hace un par de siglos por un montañero alemán y en él se refugiaban los proscritos de la justicia.

Las casas todavía se construyen como antaño: un tejado a dos aguas de madera y caña de arroz seca que tiene que reconstruirse cada año para soportar las nevadas y el día que lo visité hacía un frío que pelaba. Menos mal de la sopa de mijo y el té macha ardiendo.

Las carrozas de Matsuri/Cristina Palomar
Si vas con tiempo, también es interesante la visita a Takayama, famosa por su carrozas y por ser un pueblo bastante juerguista en comparación con el resto del Japón. Cuando llega la primavera celebran una gran fiesta para desear una buena cosecha de arroz.

Las carrozas de Matsuri recuerdan mucho a la abigarrada decoración china -con sus rojos, sus dorados y sus dibujos de dragones- y recorren la ciudad de noche mientras tiran cohetes y suena la música. Las guardan en un museo junto con unos muñecos autómatas que se puede visitar aunque las explicaciones en un ininteligible inglés me dejaron en un estado de ligera confusión.

Japón: las razones de mi viaje.




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