viernes, 26 de julio de 2013

En Japón el raro eres tú (VII): los dioses beben sake

Ofrendas de sake en la entrada de los santurios sintoistas/Cristina Palomar


Cuando te explican que en Japón hay dos religiones mayoritarias que se reparten los rituales de la vida y  la muerte, dices bueno. Pero cuando preguntas por qué hay tantos barriles de sake en la entrada de los santuarios sintoistas y por qué tienes que tirar siempre una moneda antes de despertar a los dioses con una palmada y te responden que a las divinidades sintoistas les encanta el dinero y el sake, dices apaga y vámonos.

El sintoismo es la religión ancestral de los japoneses. Es politeista y se encarga de venerar la vida y de organizar bautismos y bodas mientras que el budismo, introducido siglos después a través de China y Corea, se encarga de los ritos de la muerte. Así pues, excepto una minoría cristiana que no llega al 2%, la mayoría nipona es budista y sintoista a la vez y parece que eso no les supone ningún problema.

Aclarado el tema, dos dias después de aterrizar en Osaka, al guía no se le ocurrió mejor forma de darme a conocer la espiritualidad japonesa que llevarme a un monasterio budista de Konya, una zona de montaña plagada de templos donde nada más entrar, un monje rapado me puso una pulsera de tela en la muñeca izquierda que todavía llevo.

Hay grupos de peregrinos que se dedican a recorrer todos los templos del país y acaban con el brazo lleno de pulseras y el bolso lleno de talismanes. Por suerte no fue mi caso.

Mucho frío y mucho hambre en Konya/Cristina Palomar
Mi habitación en el monasterio era espartana: el suelo de tatami, puertas correderas, un futón para dormir, papel de arroz en lugar de cortinas, madera en las paredes y vistas muy bonitas a un jardín con un estanque completamente nevado. En el baño había un taburete y una palangana en el suelo, y una bañera cuadrada llena de agua limpia y caliente hasta casi el borde.

La cena fue tan austera que dos horas más tarde tuve que echar mano de mi bolsa de reservas para emergencias, pero lo peor fue cuando se hizo de noche. A pesar de estar a finales de marzo, hacía mucho frío y la temperatura de  la habitación no superaba los ocho grados. Nada de calefacción, por supuesto, porque a los japoneses les encanta experimentar directamente los cambios de estación.

Después de una noche sin pegar ojo emparedada entre un montón de mantas y futones, llegó la hora de la primera oración del día. Con un dolor de mil demonios en todo el cuerpo porque dormir sobre un fino futón no es lo mío, asistí a las seis y media de la mañana y en estado catatónico a una ceremonia budista de la que sólo recuerdo el ruido de mis tripas, el fuerte olor a incienso y polvo, y el canto gutural interminable y, naturalmente, ininteligible de los monjes.

Decididamente, me quedo con el sintoismo y sus ofrendas de sake.

Boda por el rito sintoista/Cristina Palomar
Japón: las razones de mi viaje.



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